La cortisona puede alterar el funcionamiento de las glándulas endocrinas, incluidas la pituitaria, el hipotálamo y las glándulas suprarrenales.
Pueden producirse desequilibrios hormonales que afecten el metabolismo, el crecimiento y la regulación del azúcar en sangre.
Efectos sobre el sistema digestivo:
La cortisona puede provocar trastornos gastrointestinales como úlceras de estómago, irritación del esófago y problemas de digestión.
También pueden aparecer síntomas como náuseas, acidez de estómago y aumento de peso.
Impacto en huesos y músculos:
el uso prolongado de cortisona puede provocar la pérdida de densidad ósea, aumentando el riesgo de fracturas.
También pueden producirse debilidades musculares y disminución de la masa muscular.
Efectos dermatológicos:
Pueden producirse problemas de la piel como acné, adelgazamiento de la piel y formación de estrías.
La cortisona también puede agravar afecciones cutáneas preexistentes.
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