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Quería que fuera una noche especial, para demostrarle cuánto lo amaba y celebrar el futuro que estaba segura que compartiríamos.
Pero cuando Max entró por la puerta, algo andaba mal. Su habitual cálida sonrisa había desaparecido. En cambio, su rostro estaba contorsionado por la ira, y en el momento en que vio la mesa puesta para dos, su expresión se oscureció.
“¿Qué es eso?”, Preguntó con voz aguda, mirando la cena que había preparado.
Confundida, lo miré y parpadeé. “Pensé que podríamos tener una buena cena. ¿Qué pasa?”, pregunté, esperando aliviar lo que fuera que lo había estado molestando.
La mandíbula de Max se apretó y sus fríos ojos se clavaron en los míos.
“Sarah, dime la verdad. Ahora mismo”.
Mi corazón empezó a acelerarse.
“¿La verdad sobre qué? Max, no entiendo lo que está pasando”.
Su rostro se contrajo aún más por la frustración y su voz se volvió más áspera.
“Si no me dices la verdad ahora mismo, se acabó entre nosotros”.
Lo miré, completamente desconcertada.
“¡No entiendo! ¿Qué hice?”