Mi vida iba de maravilla. Estaba tan feliz que casi no parecía real: era demasiado bueno para ser verdad. Tenía un novio cariñoso, un amigo que me apoyaba y un futuro brillante por delante. Pero una noche todo se vino abajo. Lo perdí todo por unas fotos mías que nunca había visto.
Estaba descansando en el sofá de la casa de mi mejor amiga Mary, bebiendo vino y riéndome de los últimos chismes de la oficina. Mary, una fotógrafa de bodas, estaba sentada frente a mí, revisando algunas de sus fotografías recientes.
Su apartamento era acogedor y estaba lleno de fotografías enmarcadas de bodas que había capturado.
Trabajaba en historias románticas todos los días, lo que me hizo admirarla aún más, considerando que ella misma no tenía una relación.
“Mira esta pareja”, dice, girando la pantalla de su computadora portátil hacia mí. “Se ven tan enamorados, ¿no?”
Me incliné para estudiar la foto. Era una foto hermosa: una puesta de sol de fondo, el velo de la novia ondeando con la brisa y el novio sonriendo cálidamente a su nueva novia.
Pero algo no cuadraba. Miré la foto con los ojos entrecerrados y noté una línea tenue entre la novia y el novio, como si en realidad no estuvieran juntos.
